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Puertas giratorias en el Estado: una mirada politológica al dilema entre eficiencia y ética pública

El reto, entonces, no es cerrarlas, sino regularlas con inteligencia, firmeza y visión de país.

Publicado: hace 12 horas

El fenómeno de las puertas giratorias —el tránsito de funcionarios entre el sector público y el sector privado— ha sido históricamente motivo de preocupación en las democracias contemporáneas. Desde una perspectiva politológica, este fenómeno puede analizarse como parte de las tensiones inherentes entre eficiencia administrativa, meritocracia, ética pública y gobernanza democrática. En el debate público, suele presentarse de forma dicotómica: como una amenaza a la imparcialidad estatal o como una oportunidad para aprovechar la experticia del sector privado y sus aportes positivos en la gestión pública. Sin embargo, una visión objetiva y matizada revela que las puertas giratorias, si bien presentan riesgos, también pueden cumplir un papel funcional en la profesionalización del Estado, siempre que se implementen con adecuados controles institucionales.

En términos generales, se habla de puertas giratorias cuando una persona pasa de ocupar cargos en el Estado a desempeñarse en empresas privadas, especialmente aquellas reguladas o vinculadas a políticas públicas que supervisó. También ocurre en sentido inverso, cuando altos ejecutivos del sector privado son convocados a asumir responsabilidades públicas. Este intercambio plantea una serie de desafíos, pero también oportunidades.

Desde una visión funcionalista, las puertas giratorias pueden ser útiles para mejorar la capacidad técnica del Estado. El ingreso de profesionales del sector privado puede incorporar una visión más gerencial y resultados orientados, permitiendo modernizar procesos, reducir ineficiencias o mejorar la interlocución con agentes económicos. Del mismo modo, quienes transitan del sector público al privado pueden enriquecer la comprensión de los marcos regulatorios y las dinámicas institucionales, fomentando una relación más armónica y colaborativa entre ambos sectores.

En países con burocracias altamente profesionalizadas, este fenómeno se ha institucionalizado bajo reglas claras. Por ejemplo, en varias democracias europeas o en organismos internacionales, existen períodos de cooling-off, o de enfriamiento, donde se prohíbe temporalmente a exfuncionarios trabajar en sectores con los que hayan tenido relación directa. De igual modo, se exigen declaraciones juradas, auditorías éticas o mecanismos de transparencia para garantizar que el tránsito entre sectores no se traduzca en conflictos de interés o captura regulatoria.

Sin embargo, en contextos institucionales más débiles, como muchas democracias latinoamericanas, incluida la peruana, las puertas giratorias suelen estar asociadas a prácticas cuestionables: tráfico de influencias, favorecimiento a determinados grupos económicos, o decisiones públicas guiadas más por intereses privados que por el bien común. Esto ocurre, en gran parte, por la falta de marcos normativos sólidos, la debilidad de los organismos de control y la opacidad en los procesos de designación y rendición de cuentas. El resultado puede ser la erosión de la confianza ciudadana en el Estado, al percibirse que sus decisiones responden a intereses particulares.

Por tanto, el problema no es el tránsito en sí mismo, sino cómo se regula y fiscaliza. Las puertas giratorias no deben verse necesariamente como una amenaza, sino como un fenómeno que requiere ser gestionado adecuadamente. La solución no pasa por impedir el intercambio de talento entre ambos sectores, sino por establecer mecanismos que protejan el interés público. Esto incluye códigos de ética, registros de intereses, sanciones efectivas ante conflictos comprobados y, sobre todo, una cultura institucional que promueva la integridad, la ética y la transparencia.

Desde una mirada politológica, también es clave reconocer que las democracias modernas necesitan funcionarios con conocimientos técnicos especializados, y que muchas veces ese conocimiento está en el sector privado o en consultoras externas. Negar la posibilidad de que dichos perfiles ingresen al aparato estatal puede empobrecer la calidad de las políticas públicas. Pero permitirlo sin filtros puede socavar la autonomía del Estado. El equilibrio está en diseñar instituciones sólidas, que permitan aprovechar la experiencia sin caer en la cooptación o el clientelismo.

En conclusión, las puertas giratorias son una realidad inevitable en las democracias contemporáneas y, en sí mismas, no representan un mal. Lo que define su impacto es el entorno institucional en el que se desarrollan. Con reglas claras, ética pública y transparencia, pueden contribuir a un Estado más eficiente y conectado con la sociedad. Sin estos elementos, pueden convertirse en una de las múltiples formas de captura del poder público. El reto, entonces, no es cerrarlas, sino regularlas con inteligencia, firmeza y visión de país.


Escrito por

Bryan Prada Pazo

Politólogo por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos- Lima- Perú.


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